top of page

Diez inviernos.

Hace ya diez inviernos, porque así es como se cuentan los años aquí, que llegué a Montreal, por amor, con sólo una maleta y mi corazón lleno de recuerdos.

Aterricé un helado mes de Octubre, aunque por aquel entonces no tenía ni idea de lo que se me venía encima y fué sólo unos meses más tarde cuando me topé con el FRÍO de verdad.


Cuando comenzó mi aventura canadiense, estaba cegada por la novedad y hasta la nieve y el frío me encantaban y quise aprender y practiqué todos los deportes de invierno, pasando del esquí de fondo y alpino, al patinaje sobre hielo. Renové por completo mi vestuario y me volví loca comprando gorros y botas para combatir mejor las bajas temperaturas.

Conseguí un trabajo en muy poco tiempo y nuevos amigos, y mi residencia permanente me fue concedida en menos de 6 meses, por lo que ya legalmente, excepto votar, tenía los mismos derechos que un canadiense.

Parecía que todo iba sobre ruedas, hasta que un día y después del desenfreno de los primeros meses de transición, paré de golpe y ese día me encontré buscando en mis raices y en todo lo que se asemejaba a mi país y sin parar de comparar todo con mi cultura española, me pasaba los días intentando convencer a todo el mundo que ésta era mucho mejor, y así fué como empecé a rozar la idea de regresar a España.


Pero algo ocurrió, unos meses más tarde, concretamente en Noviembre del 2007, que me hizo cambiar de idea y tomar la decisión de quedarme aquí definitivamente. Ese acontecimiento fué el mejor regalo que he tenido nunca: el enterarme justo un día antes de mi cumpleaños que estaba embarazada por primera vez. Fué durante la feliz espera del nacimiento de mi primogénito junto a mi pareja y compartiendo con él la idea mágica de que íbamos a crear una familia, cuando claramente me di cuenta que, a partir de ese momento mi vida iba a cambiar de verdad y que lo iba a hacer en éste mi país de acogida y no en el que me vio nacer.


Desde entonces y ahora ya mamá de dos pequeñajos, vivo aprendiendo a convivir con la nostalgia de echar de menos muchas cosas, pero a la vez afortunada por la magnífica experiencia que estoy viviendo aquí con mi recién estrenada familia.


Hoy a pesar de estar super integrada en Canada, todavía no he adquirido ese amor patriótico del que se enorgullece mucha gente recién bautizada canadiense. De hecho, creo que a partir del momento que obtuve mi certificado de nacionalidad, me sentí mas Española que nunca, pero aunque desde ese día no he vuelto nunca más a cantar el -O canada-, me siento muy contenta de mirar atrás y ver todo el camino que he recorrido y también dichosa de haberme dejado convencer por la persona más importante en mi vida, de venir a vivir a un país donde se respira uno de los aires más limpios del planeta, en el que puedo comunicarme en dos idiomas sin perder, hablándola a diario, mi lengua materna gracias a su sociedad multicultural, y donde he encontrado amigos de diferentes partes del mundo que muchas veces, en ausencia de ésta, se han convertido aquí en mi familia.


Estoy orgullosa también de afirmar que soy hispano-canadiense, porque he aprendido de esta cultura tanto como yo le he aportado, compartiendo mis costumbres y tradiciones españolas y la mezcla que soy entre estas dos culturas me hace sentir muy especial y ese sentimiento es uno de los principios que intento inculcar a mis hijos de 4 y 7 inviernos.

QUIZÁ
TAMBIEN
TE GUSTEN:
bottom of page